AJUSTA TU REACCIÓN, EDUCA TU EMOCIÓN: LA ESCALERA DE LA SEGURIDAD

 

Cuando las personas tenemos malestar ligado a pensamientos que nos rondan por la cabeza, me gusta hacer la distinción entre control y manejo. Algunos padres y madres tienden a pasarlo mal con sus hijos e hijas por un miedo muy habitual, el miedo a que les suceda algo malo. Ese miedo lo tienen todos los padres y madres pero en algunos/as está más presente y les hace sufrir. Muchos de ellos/as pueden reconocerlo por sí mismos/as aunque no sepan muy bien cómo controlarlo, otros/as lo ven más porque sus parejas les comentan que sus reacciones son excesivas y que sienten una angustia mayor a la que correspondería en esa situación. A veces son las creencias y miedos que se disparan en momentos concretos del desarrollo personal como cuando tenemos hijos e hijas. Otras veces, son miedos que ya tenían que se intensifican más en aquello que más nos importa y en otras ocasiones estos padres o madres poseen tipos de personalidad que tienden a preocuparse más en general con todo… hay muchos factores que lo pueden motivar. En cualquier caso, estas personas sienten cosas mientras que quieren pensar otras que son contradictorias. La frase “yo no quiero ser así” podría ser su eslogan cuando se dan cuenta de sus reacciones exageradas. En realidad son procesos mentales que cursan con mucha ansiedad. Para poder ponerse a trabajar en el tema primero hay que conocer cómo funciona la ansiedad y entenderla, algo que no es sencillo para la persona que lo siente. Pero hoy quiero compartir más una estrategia que podría ayudar a tener un poco más de control sobre esas situaciones. Cuando nos preocupa el miedo a que le pase algo a nuestro/a hijo o hija, el darnos cuenta de que estamos en ese estado es quizás lo más importante para empezar. Después intentar valorar cuál es el peligro real y en tercer lugar, controlar mi reacción para acabar cambiando la emoción que me lo provoca a largo plazo. Os presento una escalera que puede ayudaros en el segundo paso, a graduar cuál de peligrosa es la situación y en el tercer paso a decidir cual quiero que sea mi reacción. Pongamos un ejemplo. Mi hijo se ha subido a un muro de unos 40 cm de altura y buen ancho, va andando sobre él. Pienso “se va a matar” y le bajo corriendo del muro. En este caso me veo como un padre agonías que no deja posibilidad de experimentar la aventura en su hijo. Valoro que el muro es peligroso, pero es ancho, no pasa nada porque ande por encima, mi hijo tiene equilibrio suficiente y además si se cae no se haría mucho porque es poco alto. Decido que es una situación poco peligrosa que requiere de mi estar atento, para si pasa algo, atenderle lo antes posible. Eso implica que mantendré una distancia prudencial, le diré que tenga cuidado y le observaré hasta que termine. Cuando pienso en mi hija más pequeña, que no tiene todavía tanto equilibrio, valoro que el muro tiene una peligrosidad mayor para ella porque la probabilidad de caída aumenta. En su caso creo que debería guiarle. Esto implica cogerle de la mano para ayudarle con el equilibrio, aunque mi emoción y mi miedo me estén diciendo que esto es mortal y que debería bajarle. La siguiente parte del ejercicio sería poner en marcha mi decisión, y para ello necesitaríamos de nuevo haber sido entrenados en el control de la ansiedad. Es decir, midiendo adecuadamente tus reacciones no sólo consigues sentirte mejor con tu propio comportamiento (lo cual repito, que requiere trabajo y no surge de la noche a la mañana), pero además fomentas la autonomía, mejoras la autoestima y la seguridad de tu hijo o hija, y por otra parte le transmites la creencia de que confías en él o ella y que es capaz de hacerlo. Todo ello son variables necesarias e imprescindibles para prevenir que les pase lo mismo que a ti, y para un desarrollo emocional sano.